Quince ojos ven mejor que dos
Collage, 2015
Un trabajo hecho con Miriam Martín para la Refundación Straubinger, nunca expuesto.
Que no sólo la lucha de clases está bajo tierra. La tierra misma está bajo tierra o, más precisamente, el verde de la tierra, el que iba a brillar de nuevo para todos nosotros.
Paseando por la Ciudad Universitaria empezamos a mirar distinto lo que queda del Viaducto de los Quince Ojos (aunque todavía no sabemos que estamos mirando lo que queda). De momento nos subleva el enfoscado de los dos arcos abiertos al tráfico. Se han borrado las huellas, las marcas de metralla. La violencia de ese gesto: aquí no ha pasado nada.
Investigamos, descubrimos que una vez, bajo el árbol espléndido y el árbol seco (las raíces se secaron, creen los empleados de la limpieza que frecuentan la zona, porque se filtró la sal acumulada en uno de los arcos reconvertidos en almacén), bajo los árboles, decía, y bajo el asfalto que pisamos, hubo un río, “el sol rebrillaba en una revuelta del río”, dijo alguien mientras describía un combate en noviembre de 1936. Hubo el arroyo de Cantarranas y hubo un valle, también, ¡un valle!
Encontramos imágenes del valle. “De los más hermosos de Madrid” según el ingeniero Eduardo Torroja. Nos conmueve su alzado para el proyecto del viaducto, la curva del terreno, y los arcos acompañándola. Y lo usamos, junto a una fotografía de Albert-Louis Deschamps tomada en el par de ojos hoy enfoscados, cuando Madrid cae. Se ven: tres autobuses de línea y dos cadáveres varados. Los cadáveres permanecieron allí los años que duró el frente, nadie se atrevió, claro, a retirarlos. Porque el viaducto era un entre, a un lado el ejército, al otro las milicias. A un lado el desmesurado, inaccesible complejo de La Moncloa, al otro un campo de rugby que a menudo rezuma agua, en nuestros paseos. Y el valle desaparecido.
Aprendemos una palabra nueva, “colmatar”. El arroyo fue colmatado, como colmatada fue la memoria de la guerra en Ciudad Universitaria: “no deben conservarse vestigios de esta guerra una vez hecha la debida depuración”. Qué escalofrío, qué precisión en los términos. Y nos preguntamos, ¿hay una continuidad de la destrucción? ¿Se trata, incluso, de la misma destrucción? Cegamos la mitad de los arcos con (partecita de) un grabado de la serie Los desastres de la guerra, en cualquier caso.
Abstraemos pues lo que existe y figuramos lo que ya no existe. Pero, sobre todo, intentamos que aparezca la violencia de otro gesto, la violencia de una línea recta. Línea recta de colmatación que nos condena a un tiempo y espacio unívocos, inhabitables. El trabajo que presentamos es una forma de resistencia a esa condena.
(Texto de Miriam Martín)
Visita al Acueducto de los quince ojos con los estudiantes de Duke Madrid, a cargo de Patricia Esteban