Los dosmiles a destajo. Una cita secreta-pública con el presente del pasado
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Jornadas Ajoblanquistas para el debate Alrededor de “Ajoblanco. Ruptura, contestación y vitalismo (1974-1999)”
Conde Duque, Madrid Alrededor de “Ajoblanco. Ruptura, contestación y vitalismo (1974-1999)”La exposición Ajoblanco: Ruptura, contestación y vitalismo recupera un legado cultural y colectivo en un momento excepcional. Vivimos en un espacio social en el que las injusticias, los conflictos, las carencias y las incertidumbres propician revueltas, angustia y nuevos retos. Ajoblanco busca abrir debates innovadores alrededor de esta muestra, con la pretensión de aportar estímulos, armas, coraje e ilusiones que ayuden a revitalizar una sociedad muy castigada y para que estos cambios que no admiten demora se produzcan. Programa 28 de mayo. 19:30h La experiencia en un Ajoblanco que siempre pica y repite Javier Esteban entrevista a José Ribas 30 de mayo. 19:30h La recuperación del arte, la vitalidad y la rebeldía de Ajoblanco Toni Puig 3 de junio. 19h Presentación del proyecto expositivo Ajoblanco: Ruptura, contestación y vitalismo Valentín Roma, comisario de la muestra 20h Cultura popular en Ajoblanco Pedro G. Romero 4 de junio. 19h Del underground a las plazas: revolución cultural, ayer y hoy Leónidas Martín y Amador Fernández-Savater 11 de junio. 19h Las Transiciones alternativas que también tuvieron lugar Jordi Mir 19:45h La experiencia Ajoblanco: vida, memoria y democracia (1974-2004) Germán Labrador 20:30h Debate entre profesores y público 12 de junio. 19h Ciudad, pasión, pensamiento, cultura y autonomía Marina Garcés, César Rendueles y Pablo Carmona 13 de junio. 17h Los dos mil a destajo. Una cita secreta-pública con el presente del pasado. Invitan: María Salgado y Rafael Sánchez Mateos Paniagua 18 de junio. 19:30h Conflictos, tensiones, logros y fracasos del primer Ajoblanco José Manuel Costa, Javier Valenzuela, Karmele Marchante y Luis Racionero 19 de junio. 19:30h Contra quién y en favor de qué: segundo Ajoblanco. ¿Es posible hoy un periodismo crítico desde la independencia y en que formato? Antonio Baños, Jordi Costa y José Ribas |
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La moda pasa, el estilo permanece
Rafael SM Paniagua
Cuando introducidos por nuestro amigo Germán Labrador, Pepe Ribas nos escribió a María y a mí para inventar algo a propósito de las Jornadas Ajoblanquistas de Conde Duque el año 2015 fue una alegría. De otro modo a como le pasaba a María –generacionalmente vinculada a la España post-socialista y neoliberal ya perdida en las redes del aparato europeo– algo de mi niñez y juventud se fraguó en virtud de un enlace romantizado con la Transición y su melancólico progresismo cultural: niño fotografiado en 1982 en chándal sosteniendo el cartel de Felipe, Por el cambio. Los monitores de mis campamentos de niño fueron jipis que habían leído el Ajo primera época y bailaban en las fiestas de las radios libres. En 1992 yo era un adolescente, hijo de obreros manchegos emigrados, que bajaba a la casa de la juventud de una ciudad dormitorio próxima a Madrid a leer el Ajoblanco, segunda época. Y por supuesto, me formaba con esos jipis, que habían prosperado y alcanzado algunos puestos en la gestión municipal, para ser yo mismo monitor. Recuerdo con intensidad un número especial que recogía todos los proyectos, librerías, asociaciones y rollos independientes y alternativos de la península. Lo tenía subrayado por regiones y áreas temáticas pensando en que sería un planazo poder viajeografiar esa España, para mí, inédita. Más tarde, mi mejor amigo del instituto nocturno al que fui después era un superviviente de los vértices más dolorosos de esa juventud de los setenta y por su relato conocí una parte menos mítica de esos años. Cuando a comienzos de los dosmiles me mudé a Lavapiés, compré alguno de los números de la tercera época, en la librería Periferia que regentaba Jesús en la Calle Ave María, aunque me parecía ya no tenía tanto tirón la cosa del Ajo antiglobi. Algunos años después, en el hermoso estudio de verano en Sitges de mi pareja, me reencontré con nuevos Ajos no leídos de la segunda época, y en la tienda de libros y antigüedades de Elisabets me hice con algunos primeros ajos, entre ellos el Especial Constitución de 1978, o el especial marginación. Uno de esos veranos sitgetanos lo pasé con las memorias recién editadas de Pepe Ribas, Los setenta a destajo. Uno de los relatos generacionales más emocionantes que he leído. De algún modo, pues, aunque fuera en su estela noventera y sin haber vivido los setenta ya que nací a finales la década, algo del Ajo impregnó mi educación sentimental.
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María y yo nos tomamos la invitación de Pepe con bastante libertad y antes que hablar en una mesa redonda en nombre de no sé qué otra juventud de hoy enrollada en nuevas grietas del sistema, preferimos montar un sarao conversacional y abrir de nuevo una especie de Cloaca por carta, abierta a las reflexiones y relatos de cualquiera, en el marco de unas preguntas compartidas en relación a la época en que surgió el Ajo y la nuestra: nuestra época pre15M, 15M y post15M. Armar un encuentro de forma que, como en aquella sección del Ajo, se pudiera colar algo de gente. Siempre intentando problematizar con la llamada ‘transición’ o ‘democracia’ que vivimos. De modo que en aquel llamamiento a escribir cartas difundido por correos electrónicos y otros media nos preguntábamos si los cuerpos y vidas de ese under “¿aspiraban a la extensión masiva de una democratización y descapitalización real de las vidas? o ¿se trataba de una fuga hacia la negación sin resonancias populares? ¿Es esta afinidad en la ruptura parecida a la de los tiempos presentes? ¿Es la ruptura de hoy imaginablemente distinta? ¿Cómo hacer para que no se nos caigan encima las mismas transiciones que nos han traído hasta aquí? ¿Podríamos descubrir en las contraculturas que nos han precedido una fuerza para constituir otro estado de las cosas y los cuerpos que pueda seguir abierta y abriendo en los dosmiles?”.
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Entonces pude conocer a Pepe Ribas y me pareció un tipo con mucha curiosidad y con determinación. Siempre preocupado por descubrir las voces del momento y sin embargo algo perdido, melancólico y atrapado en una época gloriosa, por decirlo de alguna manera, pero ilusionado en tanto que época rescatada con un nuevo brillo por curadores de prestigio en los circuitos crítico-culturales, para interlocarla con el presente como una piedra preciosa de la cultura independiente y popular, ignorada por los relatos legitimadores de la Transición. Una cosa que siempre me pareció extraña fue cómo Pepe, cuando hablaba de los setenta se refería a un ‘nosotros’, que a todas luces parecía ausente, faltaba. Cualquiera que haya leído Los setenta a destajo podrá encontrar noticias de esa comunidad dispersa y cómplice, aburguesada y tiznada por igual, que operaba en Barcelona y por toda España en esos primeros setenta, creando comunidades, haciendo otro arte, otra cultura, otro campo y otra ciudad. Pero ese ‘nosotros’ hoy formulado parecía quebrado, deshecho, desaparecido. De hecho el día de la inauguración de la exposición de Conde Duque asistimos al reencuentro de algunas personas que conformaban ese mítica familia del andergraun contracultural y que no sabían nada de ellas desde hacía muchos muchos años. La vida es difícil, eso es cierto, y sus caminos son casi siempre sorprendentes en lo que se refiere a las orientaciones, pero una de las pérdidas más pesadas para los que se han o nos hemos encontrado y reconocido en un gesto de libertad colectivo, es la disolución de las comunidades libres, artísticas o políticas a las que pertenecimos alguna vez, y de ahí muchas veces la desorientación respecto de la radical actualidad que, aunque estuvo en nuestras manos alguna vez, hoy ya no pertenecemos sin embargo. Estas reflexiones me venían a la cabeza escuchando muchas veces a Pepe y quizá también en nuestros propios devenires post-15m.
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De mi lado, mucha gente recordaba y sabía de Ajoblanco pero mucha otra no sabía de su existencia. Además de los llamamientos por mail, radio o prensa para invitar a escribir a destajo en esta especie de satélite precario y eventual de la Cloaca –en confianza y complicidad pero al margen de la organización de la expo– para dar a conocer o refrescar hicimos también un pequeño trabajo de comunicación y combinación hipotética del ayer y el hoy en un caralibro que se llamó también los dosmiles a destajo y que que usamos para intercalar señales, imágenes y hechos de los setenta y noventa, con el espectro de acontecimientos de nuestra historia reciente, con el ánimo de problematizar, semejar, dialectizar y que saltaran chispas para animar al personal de más afuera de nuestro círculo a escribir cartas. Sin sostener ninguna tesis fuerte. Ningún discurso construido. Tan sólo tratamos de propagar una señal y algunas preguntas. Como al Ajo, nos perdía igualmente la pasión por las luchas en marcha, las experimentaciones al margen, las especulaciones libres sobre lo que podría ser, pero también lo que podría quedar y sobre todo la pregunta por las superviviencias de lo que pudo venir y no vino porque en su lugar tuvimos euros, privatizaciones, ladrillo y demás, aunque nos repitieran una y mil veces lo afortunadas que éramos por no vivir en una dictadura. La invitación era por supuesto para todas las personas y no iba a haber ningún tipo de selección o edición. Nos comprometíamos a convocar una cita pública pero ‘secreta’ a la vez-con el presente del pasado, con el pasado del presente- en la que nos juntaríamos para abrir y leer todas los mensajes recibidos del tirón.
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Visité la exposición varias veces con gente distinta. Para las personas que no conocieran el Ajo, iba a ser una gran sorpresa descubrir esa veta contracultural de la Transición. Los documentos, las fotos, el trabajo curatorial en general hecho por Valentín Roma en colaboración con Pepe Ribas fue un lujo, en todos los sentidos. Calquiera podía precibir de qué modo una revista como Ajoblanco introdujo temas, abrió debates, rompió con algunos consensos y estaba allí donde se cocía algún tipo de nueva posibilidad social y democrática. De todos los materiales exhibidos sólo hubo una imagen que me pareció muy inquietante. Podrá imaginarse que para las personas que participamos en el movimiento de las plazas, la asamblea pública es una imagen y una forma cargada de sentido histórico que, junto con las manifestaciones, las acampadas y tomas de espacios, da forma muy concreta a la ruptura que vivimos en 2011. Sin duda alguna, esta idea-forma era una fantástica pasarela para poder cruzar tres décadas y plantarnos de un salto en las asambleas o manifestaciones de la época del Ajo. Pero en la exposición sólo había una imagen de la asamblea pública. Era una imagen a gran escala, pero curiosamente montada de forma que el corro de personas reunidas en las míticas Jornadas Libertarias del Parc Güel, no conformaban una elipse, sino que había sido sesgada por el centro, de arriba abajo, y sus partes habían sido intercambiadas, conformando acaso una elipse abierta. Enfrente otra gran imagen a gran escala: Federica recién llegada del exilio al país saludaba desde Montjuic a las masas que habían ido a recibirla. Y la expo se acababa. Durante la charla de Valentín Roma y Pedro G. Romero en las Jornadas Ajoblanquistas quise preguntarle al comisario sobre el significado de ese gesto formal sobre la única imagen de una asamblea pero Roma admitió tratarse de un asunto “meramente decorativo y sin importancia”; y a Pedro G, él que es un experto en la violencia formal y deconstructiva a la que dedicada en tiempos de ruptura a las imágenes de poder, sorprendentemente le pareció un poco enrevesada y “psicoanalítica” mi pregunta. Sin pretender referirme a ninguna sacralidad que impidiera intervenir en este tipo de imágenes, a mí me pareció un gesto plástico muy relevante que obligaría a detenerse a cualquiera que las hubiera frecuentado. También un gesto fascinante, pues con su apertura hacia el exterior y su extrañeza compositiva, volvía acaso explícito la importancia de preguntarse aún por esa forma política, nada clara y a la vez muy pura. La historia que siempre está por reescribir es la que uniría con un hilo de continuidad todos esos momentos en que las personas se juntaron para pensar colectivamente, escucharse unas a otras y organizar sus prácticas en igualdad. Una historia de la continuidad de la discontinuidad, demarcada por la aparición de unas serie de prácticas, por cuyo relato setentas/dosmildiez nos preguntábamos fuertemente y preguntábamos a los otros en nuestro llamamiento. Yo quise buscar ese pasaje, en la única imagen de una asamblea rota, rasgada y recompuesta sin más intención que la decorativa.
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Las jornadas fueron muy interesantes y también las charlas a las que pude asistir. La de Amador y Leónidas sobre los yippies, fantástica, bien armada, punzante, interpeladora, útil para pensarnos. Y la del compañero Pablo Carmona, activista, editor de Trafis y autor de una valiosa tesis sobre las rupturas sociales de los setenta y su dimensión rebelde y contracultural que asistió al nacimiento de cientos de proyectos de autoedición. Y la del querido amigo Germán Labrador, tan comprometedora para los que ignoramos el archivo popular ibérico y la conservación de sus rupturas. Otras se parecieron mucho a una reunión de viejos con autoconocimiento de los réditos simbólicos que en la era de la ‘fantasmagoría de la juventud’ –por usar un término de mi amigo Jaime Cuenca– seguía produciendo hoy su juventud rebelde de ayer. Y es que resultaba difícil no preguntarse por los devenires subjetivos y materiales de sus protagonistas. Muchos de ellos se beneficiaron material o simbólicamente de todo ese brillo reposado sobre los cuerpos que contestaron en los setenta. La expo era sin duda también para ellos una nueva oportunidad redentora, pese a que las utopías se abandonaran: en apariencia tan cómodos y fotogénicos en el frío e institucional espacio del Auditorio del Cuartel del Conde Duque. No obstante, es importante admitir que en algún sentido su beneficio fue peor para la economía simbólica de quienes vivimos luego. La anarcofeminista Karmele Marchante escribiendo sobre “Mujeres libres”; el Jiménez Losantos maoísta… En fin, está claro que hoy, como ayer, el ‘sálvese quien pueda’ y las circunstancias de cada quien explicarían giros de este tipo, pero en nuestro llamamiento, cuyo diálogo aspiraba ser crítico, pero no caracterizado por ninguna superioridad moral, quisimos señalar que: “de los mundos ascendentes, descendentes y descendientes de aquel, no nos gusta la cultura que quedó” y contra esa cultura también nos rebelamos. La pregunta sobre si el momento municipalista de hoy se encontraba en el mismo riesgo de ayer –a saber, cuando las luchas sociales y los movimientos fueron de algún modo desarticulados con el desarrollo de los ayuntamientos de la democracia– se encontraba siempre en el aire y Jordi Mir nos invitó a mirar con optimismo esta nueva posibilidad. Sin embargo, el reflejo temeroso lo vivimos muy de cerca en Madrid. Pablo Carmona, habitante de Trafis y actual concejal del Distrito de Salamanca en Madrid preguntándose por el papel de los movimientos que también se han debilitado por la transferencia de activistas a la gestión institucional; Guille Zapata, activista del patio que la noche de la victoria de Manuela colgó en su cuenta de twitter –que sólo un día después desaparecería por la movida de los chistes negros– “Ahora a Dormir” cuando creíamos que el “Dormíamos, despertábamos” acababa de alcanzar el poder. Marta Teclista, compañera y amiga, ladyjaquer anarcofeminista, star de la comisión de redes y comunicación que emitió por el fantástico twitter de la acampadasol y convocó a miles de personas en pijama, hoy redacta los twits de Manuela Carmena, jefa del gabinete de abogados de Atocha 55. Nuestras amigas entre esos otros nuevos líderes de izquierdas, la mayoría hijos e hijas de una élite, profesores, altos funcionarios del Estado y empresas nacionales o privadas, que han aprendido de nuevo a hablar en nombre del pueblo y de los de abajo, impregnando de nuevo los votos de ilusión, aunque también de impotencia. La historia se hojaldra, cruje. No es fácil hincarle el diente al hojaldre. Se rompe. Los papeles de madurez e infantilismo se vuelven a distribuir con desdén, se imponen los momentos decisivos e históricos, los argumentos sobre el techo de cristal y las hipótesis de los eclipses de sol, así como el pluscuamperfecto atasco administrativo y burocrático. Muchas de nosotras seguimos avanzando lento. En la Comisión del Bulto. Cuidando no ser desposeídos ni despojados de la experiencia que hicimos.
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La cita para leer las cartas: esa experiencia extensa e intensa que hicimos durante casi cuatro horas, permanece en mi memoria como algo muy muy intenso y especial, pero también muy frágil. No llegaban a cincuenta cartas-comunicaciones y podrá pensarse que es poco, pero cuando contemplo este pequeño archivo, compuesto de misivas manuscritas desde Londres, Andalucía, Galicia, Dakar o América, de gente de acá o de allá, personas viejas que fueron jóvenes y jóvenes que aún lo son, yo percibo una inmensidad. Leerlas además pacientemente entre toda la gente que acudimos a la cita (bastante variopinta, jubilados, poetas, jóvenes, maricas, estudiantes, doctores, desconocidos, niños y gran parte de nuestra familia extensa de Madrid) fue una experiencia chulísima, también sin duda agotadora, Pepe puede confirmarlo. Aunque era hermoso no tener prisa. Vamos despacio porque vamos lejos, fue nuestra universidad. De modo que resumir o sintetizar estas comunicaciones supone un ejercicio de reducción quizá innecesario. Algún día quizá puedan ser editadas con el cuidado que merecen (aunque la compañera Silvia Nanclares, lo tomó felizmente por su cuenta y publicó su contestación directamente en El Diario.es, multiplicando el eco del encuentro). Esa tarde en aquella sala institucional (pues bajo el argumento patrimonial nos impidieron instalar las sillas en el patio empedrado del Conde Duque, que ahora está tomado por foodtrucks y otros chiringuitos de sponsors privados) hubo risas, lágrimas, dudas, reflejos, sincronicidades, sorpresas, tics, cartas interminables, enfadadas, felices, enigmáticas, precupadas por el exilio, el género, la poesía, la juventud, la vejez, la belleza y la torpeza de las vidas. Al contrario que se hizo con todas las mesas de las jornadas, nosotras pedimos a Pepe que esta sesión no se grabara ni filmara. Nos parecía un poco impúdico y si cabe irrespetuoso. Era nuestro momento opaco y a la vez público, no mediado por los efectos de una inercia documental que se diría a veces más preocupada por el quién es quién que por el qué y el cómo. Y nuestro ‘quién’ era un quién amorfo, difícil de capturar en una foto. Un amasijo y un derroche de oralidad, palabras, recuerdos e imágenes colectivas sin relato organizador que bien podrían llenar varias cloacas. Nuestro ‘cómo’ era sincero, en libertad, público, sin protagonistas, sin límite. La ‘gente’ no era algo ya a lo que aludir como intelectuales, artistas o poetas. La gente que nos reunimos y las cartas que leímos éramos y eran ya un poco eso. El ruido que se hace por abajo, mediante formas anacrónicas de la lengua y la oralidad, que los de arriba no suelen advertir, aunque ese abajo y esa base parezca ser su única preocupación.
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No cobramos nada por este trabajo. Lo que es una pena, teniendo en cuenta los costes de producción de la propia exposición. Pero no pasa nada, tuvimos la oportunidad de conocer a Pepe Ribas, y encontrarnos con mucha gente, con o sin la misma plata de siempre, para intentar hablar de algunas cosas importantes. Hoy el Ajo tiene hoy un twitter y un caralibro y e incluso un localito en Gràcia compartido con activistas culturales. Proclaman el fin de la queja, saltando por encima de que precisamente, al menos desde el 2011, la queja no se ha venido practicando. Buscan gestos libres para su nueva cloaca rebautizada como “El muro” y piden colaboraciones. Las iniciativas contracultu están sin duda de moda, y por eso es importante fijarse en el estilo, en las formas, en los perfiles dibujados por arriba o por abajo, para diferenciar calidades, fuerzas, sentidos, exclusiones. Para discernir las fuerzas revolucionarias conservadoras, de las conservaciones revolucionarias. Quizá habría merecido más la pena un relato que, antes que noticias de ese impasse que posiblemente fueron para el Ajo aquellas Jornadas en Madrid, recibieran noticias del Cineclub de la Morada, ahora que tras su doble desalojo (en tiempos del ayuntamiento del cambio en la capital sigue habiendo desalojos) tiene una nueva sede liberada, el viejo cine de Delicias Candilejas o La Traba, y cineclub rebautizado con el nombre de Chantal. O del Nodo de producción de Carabanchel donde se fabrica hidromiel, cerveza y croquetas para medio barrio y sobra para distribuirlas en La Canica, el banco ocupado –y hermanado con el banc expropiat desalojado de Gràcia– del Lavapiés videovigilado, apijotado y aburguesado post yihadismo 11M. O de las comunidades secretas y discretas que siguen conformándose en los barrios y pueblos. Pero serán otras personas las que vengan a contárselo, o será el Ajo el que habrá de salir a la calle, de nuevo, a buscarlas. Yo no puedo más que desear a todo el nuevo y viejo equipo, con una bella palabra que Pepe nos ha enseñado a usar: parabienes. Eso pues, PARABIENES, PARATODES.
Sierra de Guadarrama, enero 2017.